Dicen que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo, pero mientras que nadie le haga la prueba del Carbono-14 al primer chiste de la Historia nunca sabremos si ya había bufones antes que putas y viceversa.
Lo que está claro es que para el Homo Sapiens de mi vida y mi corazón la risa es igual o más importante que follar: ninguno es tan imprescindible como comer, beber o dormir; pero se vive mucho mejor cuando se practica con frecuencia.
Por eso hay que tomarse muy en serio a la gente que nos hace reir, y hoy hemos perdido, literalmente, a un genio. Sería recomendable que los libros de historia, entre tanta crónica y vómito político, recuerden a Chiquito de la Calzada como el Cervantes o el Picasso de nuestro tiempo. Y es que nunca antes se había visto a nadie con tanto talento para hacer reír que ni siquiera necesitase contar chistes buenos. Porque si un genio es, por definición, aquel cuya obra es tan importante que deja huella en la sociedad, este humilde hombre lo consiguió hasta el punto de crear palabras y gestos que se volvieron universales… Al menos yo, nunca he visto a nadie pintar como Velázquez en mitad de una boda, pero sí que todos tenemos un fistro en la familia que con dos copas (o sin ellas) se echa la mano al riñón y empieza a dar pasitos de un lado para otro.
Hasta aquí la obra, hablemos del hombre.
Gregorio Sánchez Fernández nació en 1932 en el malagueño barrio de la Trinidad, mientras que Chiquito de la Calzada llegó al mundo en 1994, en pleno programa de Antena 3, Genio y figura. Entre uno y otro, 62 años en los que casi nada tenía ni puta gracia: guerra, posguerra, hambre (mucha), emigración, tablaos con ratas, fracaso… Se casó a los 18 años con el amor de su vida, Pepita, y lo celebró con café y un puñado de churros. Llegó a Japón cantando como tantos otros y volvió bailando como nadie. Y, en definitiva, se dedicó a buscarse la vida hasta que la tele le encontró a él, cuando le faltaban tres años para jubilarse. Así que el humor surrealista estaba más que justificado.
A partir de ahí, su vida y la de 40 millones de españoles cambió para siempre, porque incluso aquellos que nunca han dicho ‘no puedorl’ saben perfectamente lo que significa y de dónde viene.
Gregorio se ha ido hoy a los 85 años. Chiquito, se queda.