Un infarto fue «la luz» que impulsó al octogenario Miguel Castillo a no quedarse parado y seguir estudiando y, tres años después de empezar la carrera de Geografía e Historia, pues cree que la edad «no es un freno para actuar en esta vida», empieza una nueva aventura en Verona como estudiante erasmus.
Notario jubilado, melómano, exfutbolista, padre de tres hijas y abuelo de seis nietos, este valenciano de 80 años asegura en una entrevista con la Agencia EFE que eligió la ciudad italiana para estudiar el próximo cuatrimestre porque hace 42 años estuvo allí con su primera mujer en un concierto de María Callas.
Compartirá su nuevo reto con su segunda mujer y, aunque confiesa que no le importaría alojarse en un colegio mayor, lo harán en un hotel las primera semanas y luego irán a un apartamento. «Mi mujer dice que no se ve en una fiesta del pijama y yo le digo que se ponga el camisón, no pasa nada», bromea.
Nacido en Llíria en una familia de labradores, pudo estudiar, becado, el bachillerato en un instituto de Valencia, donde terminó sus estudios con el Premio Extraordinario.
Su afición al fútbol le llevó a fichar por el Valencia para los equipos inferiores y, aunque intentó compaginarlo con el primer curso de Derecho en la Universitat de València, suspendió todas las asignaturas «por hacer el fanfarrón».
Eso llevó a su padre a obligarle a trabajar en el campo, pero, e cuando tuvo la oportunidad, le advirtió que quería estudiar y se fue a Barcelona, donde jugó en el club deportivo de la empresa Compañía Anónima de Hilaturas Fabra y Coats; con el pequeño sueldo que le pagaban y dando clases particulares, pudo empezar Derecho.
«Con gran sorpresa, en mi primer curso de Derecho en Barcelona saqué tres matrículas», asegura Castillo, que recuerda que sus compañeros de clase eran de familias adineradas y que incluso le dejaban ropa para asistir a las funciones del Liceo.
Aunque su vocación era ser profesor universitario y conseguir una cátedra, no pudo hacerlo tras firmar con otros compañeros un manifiesto en contra del rector, y entonces opositó a notario.
Con su novia y futura primer mujer, que estudiaba Farmacia, regresaron a València y desarrolló su trabajo como notario en municipios como Lucena del Cid, Sant Mateu, Sagunto, Pedreguer, Gandia, Torrent, Paterna y la capital valenciana, un trabajo que le llevó a ser condecorado por el Ministerio de Justicia con la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort.
Al fallecer su primera mujer, se desplazó a Onda (Castellón), donde llegó a ser nombrado ciudadano honorario. A los 70 años se jubiló pero hasta los 75 su labor fue la «típica de un jubilado. Atender a los nietos, pasear, jugar al golf y hacer un poco de ejercicio», pero eso no le «llenaba».
A los 75 años sufrió un infarto, a consecuencia del cual tiene cuatro baipás, y afirma sobre ese toque: «Tal vez fue la luz que alumbró un poco mi vida. Dije: ‘Algo más hay que hacer, no me puedo quedar parado’, y eso me dio ánimo para buscar dónde poder estudiar».
Eligió Geografía e Historia porque siempre le ha despertado curiosidad «saber de dónde venimos y a dónde vamos» y asegura que en la facultad «disfruta» de sus compañeros, a algunos de los cuales considera como sus hijos y les da consejos.
Fue el vicedecano de Cultura de la Facultad de Historia y profesor, Miguel Requena, y su consuegra, antigua funcionaria del Secretariado de la Facultad, quienes le animaron a irse de erasmus, algo que hará el próximo 19 de febrero.
Aunque sus hijas reaccionaron diciéndole, «Papá, estás loco», sus nietos han sido sus mayores «fans»: «‘¡Abuelo, contigo a muerte!’, me dijeron».
Castillo anima a todas las personas mayores a que luchen por superar las limitaciones -«que no se encierren en casa, que se abran al mundo, porque podemos aportar mucho y también recibir mucho de la sociedad»- y confiesa que su meta al acabar la carrera es escribir la historia del notariado valenciano