El espectacular ritual de colores en Bali para ahuyentar malos espíritus

Las calles de Tegalalang, un distrito en el centro de la isla indonesia de Bali, se llenaron de color y vida para ahuyentar a los espíritus malignos durante el ritual hindú de Ngerebeg.
«Andamos por el poblado y hacemos paradas en cada templo para que los espíritus del este vuelvan al este; y los del norte, al norte; y podamos vivir tranquilos el resto del año», explicó a Efe Gusti Nyoman Raka, el líder espiritual de la comunidad.

El festejo se celebra dos veces al año organizado por turnos por los vecinos de los siete «banjares» -pequeñas comunidades de entre 50 y 200 familias que comparten creencias religiosas y tradiciones– que forman Tegalalang. Los solteros, principalmente niños y adolescentes, quedan por la mañana temprano para pintarse las piernas, el torso, la cara e incluso el cabello y disfrazarse, y más tarde recorren las calles del poblado para ahuyentar a los «wong samar» -espíritus malignos-.

Los habitantes se reúnen por la tarde en uno de los ocho templos de la localidad; en esta ocasión la comunidad responsable de la organización eligió el de Duwur Bingin. Congregados en el recinto religioso, las mujeres adultas llegan al altar vestidas con la «kebaya» -traje típico de las ceremonias- para presentar cestos llenos de ofrendas, como ropa o esculturas, mientras el olor del incienso impregna el ambiente.

La orquesta local anima la celebración con los tradicionales ritmos del «gamelan beleganjur», que en la antigüedad acompañaban a los guerreros y que en la actualidad se reservan para festivales y ceremonias.
Después, algunos creyentes se arrodillan ante el altar, rezan para pedir prosperidad y buena suerte, y se pegan granos de arroz en la frente.

«El arroz es el alimento principal de esta comunidad y por eso se pegan granos de arroz en la frente, para mostrar respeto y que están agradecidos», explicó Made Jaya Kesuma, líder de una comunidad y uno de los organizadores del evento.

Tras la oración, les llega el turno a los más pequeños, que comienzan a gritar de la emoción cuando comprenden que la hora de comer ha llegado. La chiquillería se organiza en círculos de amigos y colocan en el centro los platos que les entregan y que contienen arroz y tres cajitas hechas con las hojas verdes del platanero.

Una cajita contiene «lawar» -revuelto de papaya tierna, pollo o cerdo, ralladura de coco, cebolla y especias de la zona-, otra tortilla de huevos y vegetales y la tercera «sambal» -la salsa picante balinesas de chile y cebollas-.
Los adultos se sientan aparte, al igual que los «pomanku» -lideres espirituales-, mientras comen el arroz con «lawar», beben te o agua y fuman.

A media tarde, los niños se agrupan en formaciones definidas por colores y marchan en procesión durante unas tres horas. En su mayoría son chavales pero también hay chicas que no van disfrazadas.
Los padres presencian el desfile aglomerados en los laterales de las calles, apoyan a sus retoños y les ofrecen agua y zumos.

Algunos mayores se protegen del sol bajo las escuetas sombras que ofrecen los minúsculos toldos de algunas de las tiendas locales de comida o artesanía.
«Los niños aullan por las calles para que los espíritus malignos no salgan del río; nuestra comunidad se encuentra entre dos ríos», indicó Gusti Nyoman Raka.

Los propios chiquillos eligen los colores que llevan, una tradición que cambia con el tiempo y que en esta época recibe la influencia de la globalización. Made Jaya Kesuma señaló que el color tradicional era el negro que obtenían del carbón, pero «hoy en día los niños se dibujan las banderas de su equipo de fútbol preferido o se disfrazan de dibujos animados que conocen de las series de televisión».

Los chavales, agrupados por colores y cargados con los «penjores», unas varas que construyen con hojas de palma y bambú y que decoran con flores, hacen un recorrido que incluyen paradas en cada uno de los ocho templos de Tegalalang y que concluye, tres horas más tarde, en el punto de partida.
El ritual hindú Ngerebeg se transmite de generación en generación; los habitantes de Tegalalang ahuyentaron a los «wong samar» y confían en tener paz durante los próximos seis meses.

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